Cotidiano, por Nameless524
La frialdad de la mascarilla empaña mis lentes. A estas alturas, soy un experto en caminar esquivando siluetas. Me muevo entre la multitud, apenas chocando con un par que ni siquiera se disculpan. Todos corremos antes de que el semáforo cambie de color y, arriba de nosotros, un perro usa el puente peatonal.
Siento que mis orejas se van a rebelar en cualquier momento. Tienen que cargar con mis lentes, mis auriculares, el cubrebocas y el eventual bolígrafo que coloco para que parezca que he hecho algo durante el día. La migraña de hoy empezó dos horas antes, los analgésicos de nuevo me volvieron a fallar y la cafeína lo empeoró. Buenos días, mundo.
El transporte público parece una lata de sardinas, sólo que en lugar de peces lleva
personas y muerte. Cuando pensaba en el futuro de niño me imaginaba que los autos volarían; nunca creí que ir al trabajo sería una lucha entre ver qué te mata primero, si la muerte, el virus o el asaltante de turno cuando no te la sepas.
Cuento las personas que no portan barbijo, pero después de las 50 me canso y entonces el autobús dobla la primera esquina.
El conductor tiene su música a todo volumen y mis auriculares no son tan buenos como para protegerme del ruido. Mi cabeza está a punto de explotar, el mundo es demasiado ruidoso y las luces insoportablemente brillantes. Así que cierro los ojos.
Desconectarme de la realidad es lo único que el futuro no me ha podido quitar. Me imagino qué sería estar de vacaciones, sentir la cálida arena bajo mis pies, los rayos del sol contra mi piel, la calma de no soportar los días interminables. La última vez que respiré aire y no esmog fue cuando iba en la primaria; creo que a estas alturas rechazarían cualquier gas que no provenga del escape de un auto.
Estar en la playa, con un coctel en una mano y neumonía en mis pulmones suena ideal. Que las olas que me revuelquen sean las del mar y no las de la pandemia… Irreal, fantástico, colorido.
Llegó a mi parada y tengo que bajar del autobús. El conductor arranca antes de que termine de bajar y trastabillo por un segundo. Mi deseo se va con esa vieja cafetera, me deja respirando sus gases tóxicos mientras un tren de rostros me marca a dónde tengo que ir.
Al parecer, anoche hubo otra fiesta clandestina y mejor me voy preparando para otro encierro que no es encierro, pero se siente como el fin del mundo.
Afuera del hospital, un gordo guardia de seguridad con un cubre-papadas reparte gel antibacterial rebajado con agua y un joven se desmaya al ver una aguja. Nada ha cambiado, seguimos como el primer día.
Y yo ya no puedo recordar el calor de un abrazo.
SOBRE Nameless524
Nacido en Acapulco, escribo de manera independiente, pero no por eso menos formal, desde hace ya 8 años, intentando transmitir con las letras lo que no puedo con palabras, sobreviviente del 2020.
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