CRUISING
Rata de biblioteca, Monterrey, 1997
Una vez que entras, sabes que no hay vuelta atrás. Un retumbar acelerado de tambores marcan el ritmo de tu sangre, tus pasos trepidan y la atmósfera te envuelve en un trance del que temes y disfrutas por partes iguales. Aún así elijes seguir.
El taxi que trabajas se queda cuadras atrás y en él arrumbas al miedo, la cordura y a las chichonas del periódico barato que te gusta “leer”; no los necesitas, la adrenalina se extiende como morfina y te adormece todo aquello que te limita, cuestiona y atormenta.
Es la última vez te susurras. Aunque sabes que volverás a traicionarte una y otra vez, como un ciclo sin fin.
Unos cuantos pasos más te separan de la meta, miras de reojo y aunque evitas el menor contacto posible, en el fondo deseas que te asalten con la mirada, así como en las narraciones amateur que lees en la web cuando te escapas de la rutina para olvidar la realidad.
El olor acedo a orines te recibe, un goteo marca los segundos mientras sigues el reguero de pisadas que conducen hasta los cubículos finales. El presentimiento de que empieza la acción se enciende cuando el seguro oxidado de la puerta te esconde del mundo exterior.
Del otro lado la figura de un cuerpo espera.
Te sientas sobre la taza, tu pie serpentea por entre la división y esperas. La respiración se te acelera cuando un agujero se descubre en el muro. El instinto te arrebata, te hinca, te domina y un chorizo se asoma con decisión por el hoyo. La gloria te embiste la boca y la realidad se te borra; el sonido de fondo del goteo se desvanece, sólo quedan los gruñidos y gemidos que se escapan del cubículo.
La quijada te reclama y no te importa ni un poquito si te quedas intrincado. Porque ante la experiencia de la carne el instinto primigenio nunca es suficiente, de hecho, comienzas a querer más y más, por eso sacas el espejito con el que tu esposa se ayuda para sacarse los pelos de la barba.
Con él, haces lo posible por descubrir la identidad de esa pingota. Cuando logras enfocar el rostro, el tiempo se detiene, el tiburón te ahoga y un sonido gutural se escapa de tu garganta. La confusión te envenena. Un vuelco en el corazón te aleja del hoyo y empujas al pito con las dos manos: para tapar el agujero y para que Joaquín el marido de tu hermana no descubra que él al igual que tú es un pinche puto.
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Acerca del autor
Rogelio Morales es estudiante de la carrera de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Tras la aparente cotidianeidad que enmarca su obra se esconde un tono ácido y burlesco que invita al lector a reconfigurar ideas y juicios sobre el entorno que le rodea. Actualmente es editor de LGBTQueer un blog dedicado a abordar lo queer para armarlo, desarmarlo, interpretarlo, criticarlo, comprenderlo y sobre todo, reivindicarlo.
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