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El juego del fantasma, por Brenda Palacios

  • laballenaliterata
  • 2 may 2022
  • 2 Min. de lectura

De repente el mundo se detuvo, el periférico estaba silencioso, todo era muy solemne, sin música, sin borrachos afuera de las tiendas. Parecía que el virus estaba en el aire, en el sol, en las nubes, en la primavera.


Estaba somnoliente en mi sofá negro, picándome el ombligo, viendo una y otra vez mi celular y sintiendo la cara caliente ¿Qué podía hacer? ¿Qué hacemos todos los jóvenes de esta generación? ¿Cómo buscar el contacto? Exacto; tinder. Sin expectativas, subes unas fotos, deslizas ¡Pum! Mach, te presentas, deslizas, mach, te presentas, mach, te aburre contar las mismas cinco cosas, sigues hablando, dejan de contestar, deslizas, mach, hablas, te conformas, concretas el encuentro, lo conoces.


Él llegó, me gustó, sólo eso. Siempre tuve claro que no era el amor de mi vida y que no quería ser su princesa, sólo nos íbamos a divertir en medio de una catástrofe. Qué más daba lo que fuéramos o para que nos queríamos si el mundo nos estaba demostrando que le dábamos mucha importancia a un montón de trivialidades que no importaban en una

pandemia. Todo cambió cuando me dijo ¿Cuándo nos volveremos a ver? ¿Me puedo quedar a dormir? ¿Me vas a extrañar? ¿Cocinamos algo?


Entonces sí, ahí sí sentí como el mundo se detenía, en ese sofá negro que no pensé que fuera

tan grande como para envolvernos. En las paredes se dibujaban flores al ritmo que iban floreciendo. Estábamos en un lugar donde el tiempo era relativo, el sol entraba por la ventana y dejaba ver la claridad de nuestras pupilas, el aire tocaba la piel que íbamos recorriendo con nuestros dedos y una vibración se metía en mi cada vez que nos quedábamos viendo fijamente.


Me empezó a gustar la pandemia, dejó de importar lo que estuviera pasando afuera porque nosotros teníamos nuestra propia cápsula del tiempo. Teníamos nuestra propia rutina, tomábamos ron en tazas, desayunábamos en la tarde, nos besabamos medio drogados y prohibimos la ropa sobre todo si se trataba de estar en el sofá.


Me miró, nos besamos, cerré la puerta y jamás lo volví a ver. No sabía que ese era el final por eso lo llamé varias veces. Le envíe mensajes que iban a un sitio inexistente y oscuro. Lo busqué como ahora buscas a cualquier persona (en redes sociales) ahí estaba. Le hablaba pero parecía como si no me viera, como si habláramos en idiomas diferentes, como si estuviéramos en distintos lados de una cabina y por más que la golpeara o gritara él estaba del

otro lado haciendo su vida.


SOBRE LA AUTORA



Brenda Palacios nació en la Ciudad de México en 1995. Significa que es centennials, freelance y soñadora. Le gusta echarse el chistorete en algunos de sus cuentos para no llorar por esta vida tan caótica en la que le tocó vivir. Estudió Literatura Dramática y teatro pero le cuesta escribir una semblanza porque siempre le enseñaron a ficcionar para que no se notara que hablaba de ella. Actualmente se dedica a la promoción de la lectura y a contar centavos para comprar cerveza. Sus pasatiempos favoritos son: el drag, Iztapalapear, ir a terapia para dejar de perseguir a un Darcy en la vida y ver televisión hasta que le duela la espalda.

 
 
 

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