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laballenaliterata

FRÍA REALIDAD

Salvador Montediablo




Después de leer una novela de ciencia ficción juvenil barata, encendí un churro de mota para relajarme, con lente oscuro y una sudadera de pokemón salí a las calles de finales de otoño, las cuales me recibieron con un abrazo frío que auguraba un diciembre congelador. Me senté somnoliento en una banca del parque más cercano, apenas se metía el sol, cerré por un momento los ojos para viajar a lo más profundo de mis pensamientos llenos de turbación, analizaba la distancia entre el frío y el calor, y la quimérica pregunta de cómo quisiera morir si tuviera la posibilidad de elegir entre uno de estos dos estados de la temperatura.

Imaginé dos puertas tan iguales por fuera pero tan diferentes por dentro, donde el pomo dorado de la puerta derecha se derretía y caía goteando como brea en un suelo imaginario y blanco. En cambio, la puerta de la izquierda contaba con un pomo algo más bien parecido, a una gota de agua horizontalmente congelada y filosa, que me incitaba con más ímpetu a abrirla.

La abrí girando el pomo haciéndome pequeños cortes casi invisibles en la mano derecha pero sin sentir dolor, di un paso adelante con un vaho que mi cuerpo dejaba salir, el cual fue interrumpido por mis manos desnudas empuñadas y entrelazadas entre si sobre mis labios buscando calentarlas, al mismo tiempo que mi mirada se perdía entre la espesa blancura de aquellos grandes glaciares que majestuosos se erguían sobre un mar de distinguida transparencia, eran inconmensurables aquellas medidas horizontales que de glaciar en glaciar se acercaban al infinito flotante. Caminé sobre aquel piso macizo y resbaladizo que parecía, iba romperse en cualquier instante hasta llegar a un iglú.

Llegué al lugar, que me recibió con una mochila tirada y varios artículos de caza en la entrada sin puerta, entré en el, ¿Qué me podría pasar?, era mi alucinación.

Logré ver muy opacamente a un hombre de espaldas con una chamarra muy pomposa y abrigadora, parecía estar llorando, se movía mucho agitando sus manos, cuando le hablé, sólo me respondió con un gruñido, me enojé y le grité. El dejó de sollozar y de hacer cualquier movimiento, un silencio que sólo el rugir lejano de un oso pudo romper me hizo sentir algo de temor.

Me acerqué al pequeño pero robusto tipo, posé mi mano sobre su hombro, él volteó rápido, derribándome, no podía reaccionar, su rostro lleno de sangre, ojos rasgados y un bigote que le chorreaba de sangre, llegué a asimilar la idea que estaba alimentándose de osos o hasta de pingüinos, pero al ver detrás de él un cuerpo tendido, donde su estómago inexistente dejaba un hueco vacío entre la parte del pecho y las piernas. Volví rápido la vista hacia el esquimal que estaba paranoico gritando en una lengua extraña que dañaba mis oídos y mis sentimientos, de seguro me maldijo más de dos veces o simplemente era su ritual para antes del desayuno. De sus manos negras escurría sangre, pude zafarme, salí corriendo del iglú, quería salir de ese estado de visitante, estar en otro mundo imaginario me estaba perturbando, no podía, me forzaba con los ojos cerrados a querer concentrarme y salir, no podía regresar al mundo real.

El esquimal se relamía la sangre de los labios con una larga y roja lengua, avanzaba lentamente hacia mi, sacó de su bota un afilado un cuchillo que reflejaba la débil luz del sol. Él corría con pequeños pero veloces pasos, parecía tener un pie más pequeño que el otro, pues su correr era muy irregular, cuando sorprendentemente estaba a punto de alcanzarme, se escuchó un silbido resonante.

Algo como un hombre con cola de sirena, musculoso y con barba azul que parecía flotar silbó, el esquimal con una obediencia llena de abnegación, corrió hasta su lado, sentándose y moviendo el rabo como buen canino, todo esto mientras ese gran pez andante de dos metros le acariciaba la cabeza como buen amo. Yo temblaba, una sonrisa de miedo acompaño mi jadeante respirar, hay veces que la lógica del pensar, es parte de un rompecabezas donde la razón, es solo una pieza perdida.


El gran hombre pez de piel azul clara, me clavó la mirada fijamente con sus ojos, yo sólo respondía a esa tensión rascándome la cabeza, el frío aumentaba, con mil incógnitas invisibles rodeando mi irracional actuar, me acerque a él, con una inexplicable confianza sacada no sé de dónde. Por un momento olvidaba que era parte de mi imaginación, de esa alucinación nacida del humo de la mariguana y que sólo sería cuestión de despedirme de él y salir hacia el mundo real.

-Ahora creo que mis caóticos delirios son más feos que antes –dijo el hombre pez

-¿Perdón? No, de hecho, tu eres una alucinación mía producto de las drogas, yo soy tu padre, pero ya estoy a punto de despertar y…- fue interrumpido mi soberbio hablar por unas risotadas provenientes de él.

- Yo seré quién despierte, tú te esfumarás, junto con este sueño- entonces se movió algunos metros hacia atrás dejándome ver un gran charco de agua, donde estaba yo, placenteramente dormido en la banca, yo era entonces, su maldito sueño…

- La verdad es que eres un buen anfitrión en mis alucinaciones, tan real, tan vivo-Dijo el gran hombre pez, que aparentemente despertaba al alba del sol pues se esfumaba lentamente, yo solo cerraba los ojos, esperando que él tuviera otra pesadilla y yo volviera a actuar en sus maquiavélicos sueños, con la esperanza de ser real la próxima vez.

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