HOMBRE CON FRASCO
Sergio Ceyca, Culiacán, 1990
–Aquí tengo un demonio–me dijo el hombre colocando un frasco sobre la mesa, en cuya tapa florecía el óxido–. Durante muchos años he tenido tentación de abrirlo para concluir con mi sufrimiento. Pensé que al encerrarlo terminaría la crisis, más igual que cuando llega el ojo de un rabioso huracán, la tranquilidad sólo duró unas semanas. ¿Alguna vez le han impedido dormir los reproches de sus muertos? Cuando el demonio entró en nuestra vida prometió que iba a solucionar todas nuestras carencias: por eso le dije a mi esposa, con emoción, que finalmente saldríamos de este monte olvidado, que podríamos volvernos ricos y famosos, y aunque ella me miró con recelo, confió en mi visión. Nuestra hija aún era una espiga que brotaba de la hierba, lejos de ser deseada por los hombres. Así que le abrimos los brazos, le brindamos un espacio en nuestra casa, y él pasaba las tardes hablándome sobre el ritmo seductor de la vida en las ciudades; sobre los rascacielos, opacando a las estrellas; las fiestas, debajo de los espectaculares, dónde las celebridades bailan sin zapatos. Yo conocía su naturaleza y, aun así, lo escuchaba con hambre de ilusiones. Hasta la tarde que mi niña desapareció. Primero culpamos a los demás pobladores, aquellas personas que también viven en casas a medio construir en el monte; y cuando salí a buscarla y al regresar lo encontré sobre mi esposa, intenté asesinarlo, aunque (bueno, usted sabrá) así no se mata a los demonios. Las balas lo atravesaron y dieron contra mi mujer.
–¿Y cómo terminó en el frasco? –le pregunté. Me di cuenta que no dejaba de acariciar la tapa de metal que, con el tiempo, seguro ya se habría pegado al cristal. La suciedad no me permitía ver el interior.
–Una noche en que nos emborrachamos, me confesó que temía a los espacios reducidos. Sentía que éstos lo iban a aplastar. El frasco fue lo primero que tuve a la mano: ahora me parece ridículo que se convirtiera en su última morada. Claro que se resistió: me miró con la misma cara de perro regañado con la que yo lo miré cuando entendí su naturaleza, así que tuve que golpearlo, someterlo, empujarlo: tuve que obligarlo a rendirse ante mi venganza. Desde aquel día han pasado muchas décadas en las que sólo he estado encerrado en esta casa, para no dañar a los demás, donde todos los días me atormentan los murmullos de mi familia muerta. ¿Sabe? En mis sueños, la voz de mi niña me recrimina no haber advertido las señales, el haber mirado hacia otro lado. Ante esta tortura necesito alguna esperanza, ¿me entiende?
Observó el frasco como si quisiera darle un empujón hacia mí. Pero dudó. Antes de averiguar qué pretendía hacer, me puse de pie y hui adentrándome en los kilómetros y kilómetros de oscuridad y silencio, corriendo entre la maleza seca y la tierra, lejos de las atrocidades cometidas por los hombres.
Acerca del autor
Sergio Ceyca (México, 1990) ha publicado la novela No tendrás perdón (2018). Fue becario en la categoría Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) en el periodo 2019-2020. Estudió leyes en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Se ha desempeñado como reportero en diversos medios electrónicos del estado, al tiempo que ha colaborado en algunos impresos como Milenio Cultura y La Jornada Semanal; actualmente es editor de Cultura para La Pared Noticias. También ha publicado relatos en las revistas Radiador, Timonel y Tierra Adentro.
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