MEMORIAL POR LA DIVERSIDAD
- laballenaliterata
- 20 jul 2021
- 6 Min. de lectura
Luisa Gómez M., Saltillo, Coahuila, 1998
Imagina un lugar escaso de luz con luces parpadeantes coloridas, en donde la raza que gusta del tacón de 20 cm, la pintura de cabello en tonos fantasía y el maquillaje alterno se reúnen para bailar al son de cualquier canción que suene en la rokola, así es el concurrido bar “El Quetzal” ubicado en la zona centro del municipio de Ramos Arizpe en Coahuila; en ese lugar es casi un ritual permanecer desde las 8 p.m hasta el amanecer, después de todo, “aquí se pistea chido” como dice Wendy la mesera que me conduce a la terraza donde golpea el olor a alcohol mezclado con el característico tinte de la mota. Desde la mesa más alejada a los parlantes se puede divisar todo el panorama multifacético donde la mezcla de personas es lo más atrayente, bien te puedes encontrar con chicos y chicas que rondan los 20 hasta quienes han pasado los 60, en “El Quetzal” no importa la edad sino las experiencias, tu nombre será apenas recordado por el hombre que observó tu IFE en la entrada ¿a poco no sientes la libertad? En sintonía con el ambiente, todas y todos te saludan como si te conocieran, hay hasta quienes preguntan “¿tú eres la morra que vino para la entrevista?” a huevo, se ha corrido la voz porque Alberto y Cindy se sentían como celebridades en espera de lo que ellos mismos denominaron “la noche de la gran entrevista”. Para las 8:30 ambos suben las escaleras, en sus caras se ve las ansias y la emoción de contar su historia, Alberto es alto y delgado porta siempre una sonrisa y se ata el cabello, adornado de largas trenzas sintéticas en tonos azules, en un moño alto que combina con una chamarra negra de cuero y unos jeans ajustados; por otro lado, Cindy suelta su cabello castaño con mechas al frente en color rosado, viste una camisa oversize blanca junto a un cinturón de corsé negro que acentúa su cintura y completa su outfit con unos tacones. Una vez hechos los saludos y retocado el maquillaje, se piden las caguamas (vino si eres más acá), se prenden los cigarros y se acomodan para comenzar sus relatos...
Primer acercamiento
Alberto: La primera vez que supe que no me atraían las mujeres fue como a los seis años, entendí que era distinto porque me atraían los otros niños. Miraba a las personas y no me sentía como ellas, siempre me gustó ser reconocido como otra más, es decir, no me considero una mujer, sé que soy gay pero prefiero que cuando se refieran a mi persona lo hagan con pronombres femeninos. Tengo cinco hermanas y yo fui el único hombre, al ser de esta manera prefería ocultarme, además tenía miedo de que se me discriminara porque en ese entonces no sabía si estaba bien, por eso mi primer “novio” fue hasta los 21 años cuando me decidí a experimentar, pero lo hacía desde el anonimato donde obviamente no era feliz.
Cindy: Yo fui nacida, desde chica supe que los juguetes de niños no eran para mí por eso mi familia lo supo siempre. Mi padre siempre me hizo a un lado, recuerdo que él decía “ya no te quiero a este niño gay” hasta que mi madre se hartó, y se separó de él; creo que por eso no hubo necesidad de decir “soy trans” sino que mi proceso fue diferente, mi madre lo sabía y ella habló con mis hermanas quienes me aceptaron y empezaron a reconocerme cómo “Cindy”.
Saliendo del armario
Cindy: Cuando se me reconoció como Cindy me empecé a sentirme más libre, aunque nosotras las trans nos enfrentamos a otras cosas porque se “nos nota”, así que el camino desde que te aceptas hasta que te adaptas es lo más complicado. Yo me enfrenté a las pocas oportunidades laborales, me decían que los demás trabajadores podrían incomodarme con sus comentarios así que preferían no darme trabajo. Esto me orilló a trabajar en la carretera, donde te levantaban los traileros donde había muchos riesgos, había quienes no querían pagar y los que agredían físicamente; afortunadamente esa época ya se acabó para mí.
Alberto: Mi proceso hacía el reconocimiento fue difícil porque me cohibí durante mucho tiempo debido a ni yo mismo me aceptaba; siempre me preguntaba ¿por qué soy así? No sabía cómo expresar mi verdadero yo así que se lo oculté a mis padres y a mis hermanas. Me reprimí y me bloqueé a mí mismo, luego simplemente dejé que se dieran una idea de lo que era hasta el punto que mi familia intuía mi sexualidad, aunque me daba miedo sus reacciones; fue hasta que una de mis hermanas se acercó a mí que tuve el valor de decirles a la cara quién realmente es Alberto.
Rechazo y empoderamiento
Cindy: Ahorita de vestida no se me ha discriminado pero antes sí, me llegaron a aventar piedras y agua o me correteaban los pandilleros allá en una colonia de Monterrey, cuando escuchabas el “ahí van los jotos” era la señal de que debías empezar a correr. Ahorita el rechazo no está tan marcado pero sigue existiendo, me ha tocado que mis mismos familiares me dejaron de hablar o hacen comentarios sobre mí. Recuerdo que cuando me vine a vivir aquí a Ramos Arizpe, había una vecina que era muy religiosa y era amiga de mi mamá, cuando se dio cuenta de que no era “mujer” empezó a decirle a mi mamá que eso era pecado y no sé cuántas cosas más, ya sabes que la gente religiosa es muy rara, de igual manera mi mamá la puso en su lugar porque ella siempre me defendió.
Alberto: Creo que el rechazo que más me marcó a mis 34 años, fue el de mi papá; una noche que estuvimos echándonos unas cervezas él comenzó a decir que no me había criado así, luego decía que yo no era su hijo, hasta dijo que me quitaría el apellido. A pesar de que mis padres se habían separado hace mucho tiempo y yo vivía con mi mamá, que él me juzgara me marcó mucho. También tuve otras experiencias traumática con otros familiares que prefiero no mencionar pero ahí te la dejo; el rechazo duele más si es de tu propia familia.
Hacia la aceptación
Cindy: Pero llega un punto en que el rechazo familiar ya no duele.
Alberto: Y no duele porque uno tiene que tomar carácter. Pero antes si tuve episodios de depresión, pero ya ahorita no; si quieren hablar que hablen, ya no los escucho.
Cindy: Pienso que cuando te dejan de doler las críticas es desde el momento en que tu mamá te acepta, si ella te dice “hija te amo así como eres” ya te vale todo.
Alberto: La verdad sí, a mí también me pasó así; ella me dijo “mira, yo te amo, tal y como tú eres” eso para mí fue especial, así que mientras ella me quiera, la gente puede criticar y hablar.
Cindy: Antes te provocaban mucho el miedo, cuando yo tenía como 13 o 14 decidí tener una novia porque traté de cambiar para darle gusto a mi papá y recuerdo que en la primera cita le di un beso pero claro me di cuenta que eso no era lo que me gustaba. Esa fue la única vez que besé a una mujer.
Alberto: Yo también hice lo mismo, lo hice también para mantener contento a mi papá porque decía que su único hijo tiene que ser “hombre”. Afortunadamente, ahora ya hay más aceptación y soy más feliz que hace diez o quince años.
Cindy: Aunque también ocurren ciertos conflictos con otros miembros de la comunidad, por ejemplo los gays que los son en el mundo de la disco pero saliendo se vuelven heteros nos ven como si no fuéramos iguales a ellos. Entre las vestidas y los jotitos de cantinas de bajo recurso nunca nos discriminamos…
Alberto: Nuestra vida no ha sido fácil, muchos traumas y buenos recuerdos han ocurrido en cantinas que se las dan de bar, así como en el que estamos ahorita.
Cindy: De igual manera creo que todas esas experiencias no han hecho quien somos, por eso aquí andamos y aquí seguiremos.
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Acerca del autor

Luisa Gómez M. Saltillo, Coahulia. 25 de agosto de 1998.
Estudiante de la carrera de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Aficionada al periodismo cultural, vaga en las zonas aledañas a su ciudad natal en busca de buenas historias mientras persigue un sueño lejano de ser fabuladora.
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