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Personaje secundario, por Diana Nieves Armenta

Hoy me siento bien. Gracias por preguntar, querido lector. No creí que alguien se interesara por nosotros, por los personajes secundarios. Pero supongo que con la situación de los principales…Bueno, es mejor hablar con alguien de confianza, ¿no? Bien, como sabes, y tú mismo lo has vivido, todo empezó en marzo de 2020. Nos enteramos porque ella comenzó a leer, escuchar y ver todo sobre el nuevo virus. Tú sabes bien de lo que hablo, así que está demás explicarlo. Continuo, ninguno de nosotros podía creerlo, todos coincidimos en que ni a ella en sus ideas más descabelladas, pudiera crear un escenario tan catastrófico.


Y mira que la ciencia ficción no se le da mal, ha ganado algunos premios con cuentos distópicos. Después, llegó el confinamiento, creímos que eso le haría bien. Llevaba meses con una idea rodándole en la cabeza para una novela y nosotros estábamos listos para dar el salto a la página. Pero no fue así. Las primeras semanas fueron buenas; ella hacia yoga, leía, cocinaba nuevas recetas, jugaba con sus gatos y se mantenía en contacto con sus amigos y familiares. En esos días todos estábamos muy activos esperando el momento del protagonismo.


Aquí dentro nos esforzábamos por hacer más habitable nuestro espacio. Verás, nosotros creamos nuestras casas con las herramientas que ella nos da para interpretar los símbolos de una historia. Yo una vez fui la amiga fotógrafa con un departamento amplio y de grandes ventanales. Ahora este es mi hogar. De mis otros personajes he conservado libros, muebles y cuadros que ahora hacen más agradable mi morada. Me gusta pero la verdad desearía tener la versión “premium” de los principales. Ellos si se dan una vida de lujos, son tan completos y con tantas historias que pueden tener prácticamente todo. ¡Como los envidio!


Sé que nunca seré como ellos, pero me encantaría tener un poco más de protagonismo. Por eso aprovecho el tiempo y practico mis dotes histriónicos para cuando llegue el momento. Después de practicar salía al área común, que es el centro de la mente de la autora, donde comentábamos su energía y optimismo, seguros de que pronto nos convocaría.


Con el aumento de contagios por las nuevas variantes del virus, los días y meses pasaron. Ella comenzó a levantarse tarde, a comer a deshoras, no hacia sus rutinas de yoga, parecía evitar sentarse frente al escritorio y ya no llamaba a nadie. Ni si quiera prestaba atención a sus gatos, a veces hasta olvidaba darles de comer. Tampoco pensaba en nosotros, ni en las historias que venían tras ella. Comenzamos a preocuparnos de que no tecleara palabras de nuevo, si eso pasaba ¿qué sucedería con nosotros? Sabíamos de escritores que habían abandonado la pluma después de una exitosa carrera literaria, como Juan Rulfo. Y nos preguntábamos sobre el destino de sus personajes, intuyendo que habían desaparecido.


¡Eso nos aterraba! Cuando ella salía al súper y recibía a los repartidores, lavaba todo con abundante jabón y cloro temiendo que el virus se colara en su casa. A veces, incluso creía sentir la garganta irritada y su temperatura alta, y aunque siempre era falsa alarma eso no la mantenía tranquila. Aquí dentro también empezaba el caos; un personaje principal, que antes había interpretado a un hipocondríaco, parecía tener los síntomas del virus. Sabíamos que no podíamos enfermarnos a menos que la autora lo decidiera, pero nadie se atrevió a comprobarlo. Así fue como decidimos ya no reunirnos en el área común y nos resguardarnos cada uno en su rincón.


Al pasar los meses, ella seguía eludiendo el escritorio. Los días se le iban frente a las pantallas y no leía porque no podía prestar atención. Tomaba siestas durante el día y sus duchas las prolongaba. Recibía casi a diario correos de su editor pidiéndole avances de su nuevo libro, lo que termino causándole insomnio pero también la regresó frente a la computadora. Las noches eran activas para nosotros, entrábamos y salíamos de la página.


Aunque no permanecíamos ahí mucho tiempo, eso era un gran respiro. Esas actividades nocturnas nos dejaban agotados. A ella, le costaba concentrarse durante el día y se mantenía somnolienta. A nosotros, nos limitaba las herramientas que teníamos para mejorar nuestros papeles, sobre todo a los secundarios. Pero yo confiaba en que pronto mejoraríamos. No fue así. Al tiempo, los personajes principales perdieron la cordura; gritaban sus diálogos y se aventaban contra las paredes. A nosotros no nos pasó, parecía que al fin tenía una ventaja ser un personaje secundario. Era de esperarse, después de todo eran los símbolos más cercanos a la autora. ¿Sería que eso podría sucedernos a todos? El tiempo nos dijo que no.


A los días, los personajes principales se oían menos, ya no eran diálogos los que escuchábamos sino monosílabos ilegibles y sutiles pasos, hasta que un día dejaron de escucharse por completo. Supongo que deben estarse preparándose para un papel importante. Porque ahora la autora se ha dedicado a escribir cartas a sus seres queridos.


Sospecho que debe ser para una novela de autoficción dónde juega con su muerte. Como en el cuento de Andrea Chapela, “En proceso”, que leyó durante de la pandemia. Esta vez estoy seguro que todo irá bien y al fin tendré el protagonismo que merezco.


SOBRE LA AUTORA


Diana Nieves Armenta nació en Guerrero Negro, B.C.S, México en 1992. Es egresada de la licenciatura de Lengua y Literatura de la UABCS y el Diplomado en Creación Literaria de la Fundación Elena Poniatowska Amor. Sus cuentos han sido publicados en el #4 de la revista Lunáticas MX y el #40 de la revista Barbante (Brasil). Algunos de sus microcuentos se encuentran en la página de Twitter Microcuentos.es. Su cabeza está hecha de espirales como su cabello. Mujer de silencios que ha encontrado en la palabra escrita la verdadera articulación del sonido.

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