QUEMEN TODO
Actualizado: 9 jun 2021
Josar, Mazatlán, 1994
Quemen todo
Hasta las nubes
Que no quede respaldo de nuestra historia para no seguir repitiendo aquella frase de “quien no conoce la historia está condenado a…”
Es mentira
Nosotros conocemos
Tenemos registros
Tenemos archivos
Nos la estampan en las calles y en las redes
La pintan en los muros de facebook y ciudades
Surge, como lava y eyacula en los semáforos
En los vehículos
En la publicidad de tu boletín mensual O duerme, vagabunda, debajo de los puentes
Yace tirada sin abrigo pidiendo un pedazo de
WI-FI
Conocemos la historia
La tenemos guardada en nuestro cel
Pero gasta nuestros datos, la culera
Renovamos membresías, de vez en cuando
Para seguirla cagando
Para no perder esa buena costumbre de chingarnos De poner nuestros rostros en ácido hasta desconocernos
De borrar huellas digitales y recabar votos difuntos
Para sentir, por un instante que no sabemos
Que tenemos un pretexto para ser un asco, lo básico
Lo que las redes sociales recopilan y nos vale madre
Las huellas que vamos dejando a nuestro paso
“Lo que nos importa no pueden quitárnoslo” Repetimos por adentro en una voz desconocida que hace tiempo ignoramos
Esa voz de los sabios, esa voz de profetas Tiresias en este tiempo sería un vagabundo en Nueva York
Contrario a lo que se piensa, siempre volteamos al pasado
Pero como nadie ha respondido nada que valga la pena, aquí estamos
Adornando de respuestas las preguntas de milenios Insuflando nuestro cuerpo de una falsa vanidad de saber
De ser cultos
¿Cultos de qué?
Somos la generación que duerme con las carencias del mundo en sus ojos Y despierta al primer like ¿Quién recibirá nuestras notificaciones cuando la tierra nos reclame?
¿Quién continuará nuestra hipocresía?
En el fondo no queremos ser malos ni buenos
Sólo queremos ser, pero nos da culo
Por eso hay que quemarlo todo
Sin futurismos, ni promesas
En el presente, bastará el presente
Ya nos veo, insatisfechos
Vagabundos por la pregunta
Despreciando commodities que dan forma al avatar Que acariciamos tristemente por las noches mientras se empaña nuestro rostro
Que ya no recibe calor pues se ha chingado el termómetro
Que dictaminaba de qué modo esto, y de qué modo lo otro
Para abrir paso a una inquieta incertidumbre que todo lo come vorazmente
¿Y del mar, qué sabemos?
Yo respondo: ¿para qué queremos saber?
¿A dónde nos ha llevado el mar?
¿A dónde el progreso?
¿A dónde la tecnología?
¿A dónde el invento de la historia, la mejor fábula jamás contada?
Más creíble que la Biblia,
Más sospechosa.
Sus protagonistas en un libro son héroes, en otros villanos, sin necesidad de Luteros.
Con traducciones que cambian one-on-one.
¿Qué hay, pues, qué decidir?
Quemar.
Sí.
Quemar.
Pero quemarnos junto con todo.
Que la naturaleza decida su rumbo.
Porque ya no somos parte de ella.
Salvo que lo natural sea el acomodo irresistible de lo complejo inservible.
Salvo que nos guste que nos haga licuados de lágrimas un ordenador que nos masajea el culo guango inamovible de su asiento.
Nosotros, la generación sin columna.
El cuerpo sin vértebras.
Perdimos la cola y pronto perderemos las lumbares.
Es cierto que podemos seguir viviendo, ¿pero a qué costo?
Hay que quemarlo todo antes de que el sol nos queme.
Hay que quitarle ese privilegio en un último chiste.
Quitarle el chance de extinguirnos para sentirnos dioses y gritar:
¡Ya no habrá era glacial!
Sólo las eras que decidamos vivir, o no.
Porque nosotros escribiremos la historia.
Se quemará todo, salvo las trasnacionales.
Que ellas se queden merodeando por marte.
Que ellas se vuelvan demiurgos de otros poetas que se interroguen por la cuestión del ser.
Que ellos se vuelvan los mecenas que apadrinan a los mayéuticos, a los epistemólogos.
Que ellos se hagan bolas y carambolas con la idea de alargar la vida indefinidamente hasta dejar de ver los atardeceres y las grietas de las montañas, teniendo la oportunidad.
¿Para qué leer a Tólstoi, si se actualizan bitcoins todos los días?
Que se haga una app para quemarlo todo, porque a mí me da flojera.
Que se haga una app para coger, porque a mí me da flojera.
Que se haga una app para ser feliz, para tener flojera, porque a mí todo me da flojera.
Que se queme este texto también y la computadora en que se escribió.
Que no quede rastro ni información ni dígitos en la amalgama, bólido asqueroso del mundo en que contradigo nuestros pensares.
Valgamos verga juntos.
Sólo eso nos queda hasta que se queme todo.
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Acerca del autor
José Arturo tiene 27 años. Estudió comunicación en el Tec de Monterrey. Fue beneficiario del estímulo PECDA en dramaturgia (2017-2018). Cursó el diplomado de Creación Literaria en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia; “La sabiduría de la voz y la palabra diciente”, en el CEUVOZ; “Mediación Cultural” en la Escuela Adolfo Prieto; Y “Economías Creativas” en The College of Central Europe. Se ha desempeñado como actor, director y escritor en cine y teatro. Realiza eventos de gestión cultural en Mazatlán mediante el colectivo “nimo” y espectáculos de teatro en la compañía Río A Trote. Actualmente imparte clases de voz en el Centro Municipal de las Artes de Mazatlán, es videógrafo de Noroeste y forma parte del grupo de música Mandarina.
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