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laballenaliterata

REDIMIDOS

Nitz Lerasmo, CDMX, 1994




I



Isabel abrió la puerta de la habitación y al instante experimentó la agonía de los traicionados, el derrumbe de las certezas, la pérdida de fe en cualquier confianza humana. Antonio, su esposo desde hacía diez años, dejó de moverse al verla palidecer en el vano de la puerta. El falo de Antonio también se paralizó dentro de la vulva de su amante, como si fuera un animal cauteloso que permanece quieto para pasar desapercibido frente a sus depredadores. Lo que pasó después, Isabel lo recuerda con confusión. En la memoria de Isabel se entremezclan el llanto incontenible, los gritos desesperados, los reproches, la amante escurridiza huyendo discretamente de la escena y Antonio hincado en el suelo rogándole perdón.


Un conglomerado de rabia y despecho se arremolinó en el corazón de Isabel, una tempestad que disolvió la tristeza de saberse engañada por una marido infiel. Antonio se deshizo en disculpas, con lágrimas en los ojos. Los ruegos y perdones fluían de su boca como ríos interminables que se proponen desembocar en un océano infinito.


Isabel tampoco recuerda el desarrollo de sus sentimientos. Olvidó cómo de la furia incontenible pasó a la misericordia y de la misericordia, casi sin percatarse, terminó en una tentativa de reconciliación. Por la confundida mente de Isabel desfilaron recuerdos de una década, el noviazgo prolongado en matrimonio con un hombre que la hizo compartir una intimidad que sólo puede resguardarse al interior de dos corazones entusiastas. Isabel y Antonio se abrazaron llorando, ella vestida y él desnudo, ambos cuerpos entretejidos en la habitación de un diminuto departamento. Antonio, con el corazón sincero, le juró su arrepentimiento, le confesó la vergüenza de haberse convertido en un infiel, él que tanto había criticado la deshonestidad en las parejas. Isabel pensó que no le quedaba más que aceptar las disculpas de Antonio y creer en la palabra de su marido. Después de todo, a Antonio en verdad se le notaba arrepentido. «Nadie está exento de errores», pensó Isabel a modo de consuelo.




II


A partir del arrepentimiento de su desliz, Antonio cumplió su promesa de fidelidad. Él se sentía nuevamente enamorado de su esposa, la valoraba y agradecía tenerla a su lado. Isabel, por el contrario, recelaba de cada palabra y de cada gesto de su marido. Sospechaba siempre de él y hacía oídos sordos a las promesas de Antonio. Isabel lloraba por las noches porque ya no podía creer en la fidelidad de su esposo. También a Antonio le torturaba ver sufrir a Isabel. «¿Cómo puedo compensarte? ¿Qué puedo hacer para que me perdones?», le preguntó Antonio a su esposa mientras ella lloraba con amargura sobre una cama de sábanas enmarañadas.



El cerebro de Isabel, como el de todo ser humano, es un cerebro de primate: experimenta placer ejerciendo la venganza. Este oscuro placer explica ―mejor que cualquier historiador― las guerras, las traiciones, la puñalada en la espalda entre individuos que se hacen llamar hermanos. «Tengo una tremenda tentación de vengarme de ti», le confesó Isabel a su esposo durante una noche de insomnio. «Si con eso crees poder perdonarme, entonces te ayudaré a planear tu venganza contra mí», dijo Antonio y extendió sus velludos brazos para envolver con ternura el cuerpo de Isabel.




III



Antonio se despide de Isabel con un beso. Él se estaciona frente a la entrada del hotel y su esposa desciende del auto. Luego, Antonio busca un lugar cerca de ahí donde pueda estacionarse sin que nadie lo moles- te. Durante las próximas cinco horas, Antonio esperará pacientemente dentro de su automóvil. Por el espejo retrovisor ve llegar a su mejor amigo Mauricio.


Antonio enciende un cigarro e inhala el humo. Observa cómo Isabel y Mauricio entran juntos al hotel. La habitación 404 está reservada para ellos. Antonio sabe que en unos instantes el apuesto Mauricio desnudará a Isabel y ambos se arrojarán a la cama. Isabel ofrecerá sus voluptuosos senos a Mauricio al igual que acostumbra ofrecérselos a Antonio. El cuerpo de Isabel recorrerá el cuerpo de Mauricio como una exploradora que descubre nuevos territorios. La vulva de Isabel abrigará un falo que no pertenecerá a su legítimo esposo y ese simple y banal acto la convertirá en una adúltera. A partir de este día, Isabel compartirá la misma casta que su esposo infiel.


Antonio sabe que Isabel y Mauricio llegarán al paroxismo amatorio, entre caricias que se reparten dos cuerpos sudados y exhaustos. Al consumarse el acto, la venganza estará hecha. Mauricio ignora que su mejor amigo aguarda afuera del hotel. Para confortarse, Antonio se convence de que Mauricio es sólo un instrumento que les permitirá salvar su matrimonio.


Antonio exhala una bocanada de humo. Está impaciente, quiere que Isabel ya salga del hotel. Pero entiende que Isabel debe disfrutar su momento, debe degustar con deleite esa venganza que habita en el fondo de su corazón y que le impide ser feliz.


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Acerca del autor


Nitz Lerasmo (Ciudad de México, 1994) estudió la licenciatura en filosofía en la UNAM.

Autora de las plaquettes Instantáneas (Ediciones Awen, 2021) y Miniaturas para una

casita de muñecas (La Tinta del Silencio, 2021). Cada mes escribe sobre libros en su

columna Isla errante (Revista La Coyol).



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