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RUTINA DE LIMPIEZA

  • laballenaliterata
  • 3 jun 2021
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 9 jun 2021

Itzel Campos, Jalisco, 1997




Son las doce de la noche y yo estoy limpiado la alfombra de la sala. Mi esposo la manchó hace rato. Ahora a mi me toca lavarla. Sólo a mí se me ocurrió la genial idea de darle la semana libre a la criada. Estoy arrodillada sobre la alfombra y tallo con un cepillo, intentando no maltratar las fibras. Esta alfombra está hecha de una tela muy costosa. Menos mal la mancha estaba fresca, ha sido fácil de sacar. Voy a la cocina. Sobre la encimera aún quedan los rastros de la cena de hoy. Estoy algo cansada, así que sólo lavo el cuchillo con el que partimos el pan. Las ollas y los platos pueden esperar. Los dejo en remojo. Termino de vaciar la botella de vino tinto en mi copa y tomo un sorbo largo.

Tiro por el lavadero del patio el agua sucia de la sala. Voy hacia el gran bote de basura. Quito la tapa y veo el interior. Está lleno, pero aún hay espacio para el cepillo, ya está viejo y raspa más de lo que quita la mugre. Lo aviento y también los guantes que traigo puestos, no me iba a arriesgar a que mi manicura se estropeará. Le hago un nudo a la bolsa y vuelvo a poner la tapa. Creo que es un buen momento para sacar la basura, por la mañana no planeo levantarme temprano y no

creo que mi esposo pueda hacerse cargo. Tiro de la asa del bote, pesa bastante. A pesar de las pequeñas ruedas que tiene en la parte inferior, me cuesta arrastrarlo por el pasto recién cortado y meterlo a la casa. Si creía que eso era difícil, ahora tengo que vermelas con que debo

sacarlo a la calle.



El camión de la basura no ha pasado en una semana. Según porque hay una huelga de los trabajadores o porque la concesionaria del gobierno no les ha pagado o yo que sé, pero el inútil del jefe de colonos no ha podido resolver nada. Yo digo que es porque la junta de colonos tiene conflictos de interés. Ya lo decía mi suegra, debimos haber ahorrado más para comprar una casa en una mejor zona. Pienso en que tampoco puedo dejar el bote afuera, a la espera de que vengan los de la basura cuando tengan ganas. Eso solo provocaría que los animales se arrimasen. Esa es una imagen que en una colonia como esta no se puede permitir. Respiro hondo. Ya sé dónde dejarla.


Abro la cajuela de mi camioneta roja. Menos mal es espaciosa, sino sí estaría en problemas. Intento subir el bote de varias maneras, pero solo consigo empezar a sudar a pesar de las bajas temperaturas. Procuro no gritar de la frustración, no vaya a ser que alguno de los vecinos me vea y descubra mi plan. A estas horas todos deberían estar dormidos, es mitad de semana y es temporada de frío. Es mejor que estén en sus camas, bien cobijados. Solo a mi esposo y a mi se nos ocurre terminar de cenar a medianoche. Todo fue culpa suya, hoy llegó bastante tarde, ya ni había nadie en la calle. Pero seguro que él ya ha de estar dormido, hecho bolita. Siempre duerme en esa posición cuando está agotado, “muerto del cansancio” según él.


Después de una pelea con el bote de basura, logro subirlo a la cajuela. La cierro y me subo al frente. Abro el portón de la cochera con el control. Salgo y se cierra detrás de mí. En la acera de enfrente está el carro de mi esposo. Han sido infinitas las veces en que le he dicho que mejor lo estacione dentro de la cochera, no vaya a ser que se lo roben o que a él lo asalten al bajarse. Esta zona de la ciudad es conocida por sus robos a autos.


Conduzco a través de las calles, me paso los altos. Quiero llegar lo más pronto posible a mi destino. El olor a basura comienza a inundar la cabina. Llego a mi objetivo. De pronto estoy en las solitarias calles de una zona céntrica, una de esas que tiene el estatuto de barrio tradicional, por lo que intentan mantenerla lo más limpia y ordenada posible. La colonia ha sido pintada de colores vivos y las fincas embargadas fueron restauradas por el gobierno. En cada esquina hay un letrero que dice “Prohibido tirar

basura aquí”. Me vale. Me han dicho que aquí recogen la basura cada tercer día por tratarse de un sitio de interés histórico y cultural.


Me detengo en el cruce de dos calles. Apago el motor. En la esquina de enfrente hay una casa de altos pisos y enrejado sencillo. No me la

pienso más y salgo de la camioneta. Abro la cajuela y saco el bote, esta vez con mayor facilidad. Cruzo la calle mientras lo jalo y luego lo posiciono. Cae sobre uno de los costados y deja salir un poco de su contenido. Lo pateo y luego lo termino de volcar una vez que se aligera el peso. Una de las bolsas se rasgó al vaciarlo, por lo que su contenido se desparrama un poco sobre la acera y deja escapar un hilo de líquido rojizo. Recojo el bote y lo subo a la camioneta. Enciendo el motor y regreso a la casa.


Estaciono el auto donde estaba. El bote lo pongo a un lado del portón. Entro a la casa. El vino comienza a hacerme efecto. Veo las cosas un poco borrosas. No debí haberme terminado yo sola el resto de la botella. No enciendo la luz. Me meto a la cama y me duermo de inmediato.


A la mañana siguiente me despierto tarde. Veo a mi lado y la cama está vacía. Tal vez mi esposo se despertó temprano para irse al trabajo.

Llamo a la sirvienta, pero a los pocos minutos recuerdo que le había dado la semana libre para que fuera a su pueblo a las fiestas patronales. Genial, ahora debo hacerme el desayuno yo sola. Me baño rápidamente y me cambio de ropa. Mi celular timbra. Es mi suegra. Está histérica. Urge que vea las noticias, según ella. Mientras enciendo la televisión, busco en el cajón mi cepillo del cabello. Veo que encontraron un cuerpo. El de un hombre. Logran identificarlo por la credencial que llevaba. Es mi esposo. Debido a la resaca, me cuesta entender la información. La mujer que lo descubrió resulta ser su secretaria. Al parecer, lo dejaron dentro de una bolsa de ba- sura afuera de su casa, en el centro de la ciudad. Escucho al reportero dar los detalles. El crimen está siendo investigado bajo el delito de homicidio. La policía anuncia que el cuerpo será trasladado a la morgue para los peritajes correspondientes. Encuentro mi cepillo. Y debajo de él, el acta de nacimiento de una bebé recién nacida, cuyos padres son mi esposo y su secretaria.



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Acerca del autor


ree

Itzel Campos (Jalisco, 1997) es cuentista. Estudia Letras Hispánicas en la UdG. Sus cuentos han sido

publicados en las revistas Enchiridion, Himen y Página Salmón. Fue becaria por parte de la FLM y la

UV en el Onceavo curso de creación literaria Xalapa en 2019. Fue ganadora del III Concurso de

Cuento Corto organizado por Escritoras Mexicanas en 2020. Escribe de teatro en el blog de

www.voyalteatro.com. Forma parte de la Liga de Artistas y Creadoras (@lac_gdl). Le gusta perder el

tiempo hablando de libros en internet.


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